Sobreviví a mi nostalgia,
a los poemas incompletos,
a enfrentar a los leones vacía
y a romperme la piel con palabras.
Sobreviví a mi ira del domingo,
a tus miradas desviadas,
a mi sed incontrolable,
y a mi llanto;
el incansable,
el tímido,
el que resuena en mis sábanas cuando nadie está en casa,
y quien es mi casa.
Sobreviví a lo que perdí de mí,
a toda la humedad que me desgarró por dentro,
pero nada me inundó,
nada me mató.
Sobreviví a perderlo todo
y por eso sé que mi tesoro,
mi casa más grande,
mi pañuelo
soy yo.
Por Gabriela Delgado